Resumen del libro "La riqueza y la pobreza de las naciones", de David S. Landes (1998)
Resumen original y actualizado del libro:https://evpitasociologia.blogspot.com/2018/05/la-riqueza-y-la-pobreza-de-las-naciones.html
Resumen elaborado por E.V.Pita, doctor en Comunicación, licenciado en Derecho y Sociología
Sociología, Historia de la Economía, crecimiento económico, riqueza, pobreza
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Título: "La riqueza y la pobreza de las naciones"
Subtítulo: "Por qué algunas son tan ricas y otras son tan pobres"
Título en inglés: "The wealth and poverty of nations" (Why Some Are So Rich and Some So Poor)
Autor: David S. Landes
Fecha de publicación en inglés: 1998
Editorial en español: Editorial Crítica, Barcelona, en rústica 2000
Número de páginas: 604
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Biografía del autor David S. Landes (fallecido en 2013)
David S. Landes, profesor emérito de historia y economía de la Universidad de Harvard y autor de dos obras clásicas como The unbound Prometheus (Progreso tecnológico y revolución industrial) y Revolution in Time. A "La riqueza y la pobreza de las naciones" se le considera su obra cumbre.
Landes falleció en el 2013.
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En la contraportada, el libro es alabado por Hobsbawm, Galbraith, Dahrendorf, Porter y Estefanía.
Texto de la solapa
"La riqueza y la pobreza de las naciones está considera como la obra cumbre de David S. Landes. Nos ofrece una gran investigación histórica destinada a estudiar uno de los mayores problemas que se hayan planteado hasta hoy las ciencias de la sociedad: ¿por qué unas naciones son tan ricas y otras tan pobres?
Landes nos lleva a explorar con él el curso entero de la historia, de uno a otro lado del mundo, en un recorrido lleno de anécdotas y de hechos sorprendentes, que revelan su asombrosa erudición, pero que no sirven solamente para entretenernos con su amenidad, sino que se integran en un penetrante análisis de las historias de los vencedores y de los perdedores, y en el esclarecimiento de las complejas causas que explican la diversa suerte de las naciones actuales.
El libro ha recibido grandes elogios de figuras de tanta categoría como los premios Nóbel de Economía, Douglas North y Robert Solow, quien lo ha definido como "un cuadro magistral de los grandes éxitos y fracasos económicos en la historia del mundo", de Eric Hobsbawm o de John Kenneth Galbraith, que lo considera "sencillamente maravilloso". Y ha alcanzado, además, otro reconocimiento que está por encima de toda sospecha: el que implica haberse mantenido largo tiempo en las listas de best-sellers del New York Times, lo que prueba la capacidad para llegar al gran público y para cautivarlo.
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ÍNDICE
Capítulo I. Las desigualdades de la naturaleza
Capítulo II. Respuestas a los condicionamientos geográficos: Europa y China
Capítulo III: La excepción diferente: una senda diferente
Capítulo IV: Invención de la invención
Capítulo V: La gran apertura
Capítulo VI: ¡Al Este!
Capítulo VII: De los descubrimientos al imperio.
Capítulo VIII: Islas agridulces
Capítulo IX: El imperio en el este
Capítulo X: Por amor al lucro
Capítulo XI: Golconda
Capítulo XII: Vencedores y perdedores: balance del imperio
Capítulo XIII: Naturaleza de la Revolución Industrial
Capítulo XIV: ¿Por qué Europa? ¿Por qué entonces?
Capítulo XV: Gran Bretaña y los demás
Capítulo XVI: A la caza de Albión
Capítulo XVII: No se hace dinero sin dinero
Capítulo XVIII: El saber es oro
Capítulo XIX: Confines
Capítulo XX: El estilo sudamericano
Capítulo XXI: El imperio celeste: estancamiento y retroceso
Capítulo XXII: Japón: los últimos serán los primeros
Capítulo XXIII: La restauración Meiji
Capítulo XXIV: ¿Comete la historia errores?
Capítulo XXV: El imperio y lo que vino después
Capítulo XXVI: Pérdidas de hegemonía
Capítulo XXVII: Vencedores y...
Capítulo XXVIII: Vencidos
Capítulo XXIX: ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Adónde vamos?
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RESUMEN
Comentarios iniciales: El libro fue un clásico de la Historia de la Economía pero pasados 20 años se notan algunos fallos técnicos que no pasan una crítica de teoría económica actual. No profundiza en las razones de los problemas económicos (desde el punto de vista técnico) que causaron la ruina de muchos imperios (ibéricos, holandés, chino, inglés) que menciona en el libro. Hoy en día los libros que abordan la pobreza o el crecimiento económico profundizan sobre los flujos de dinero e inversión y capital, la inflación, etc..., prestan mayor atención a estas cuestiones técnicas. Siendo el crecimiento económico el objeto del libro, apenas menciona la teoría Schumpeteriana o no trabaja más en la de Solow. La cuestión tiene importancia porque en los últimos años se están publicando libros de Civilización Universal ("Homo Sapiens", etc...) que ahondan en las líneas generales del crecimiento económico.
En el caso de la caída del imperio español o portugués y su atraso tecnológico, el autor explica la debacle (que duró tres o cuatro siglos) mediante cuestiones como la brutalidad de sus gentes, el oscurantismo de la Inquisición, la falta de innovación o directamente la petulancia o arrogancia de los gobernadores y la pereza, ignorancia y la vagancia de los españoles y portugueses mientras que sus rivales ingleses y holandeses, y sus sucesores norteamericanos, eran muy listos y adictos al trabajo. Aunque con su mordaz estilo, el autor da palos a todos y no se calla las verdades, tiene especial inquina con Europa del Sur, a la que acusa de vaga y maleante. Es especialmente sintomático el episodio colombino en el que los españoles, aventureros ignorantes y asesinos sádicos, exterminaron y torturaron a la población de pobres indígenas inocentes y desarmados del Caribe aunque los franceses, un siglo después, tenían que enfrentarse en las mismas islas a peligrosos salvajes armados con flechas venenosas. En cambio, sobre las batallas entre indios y la Caballería en el siglo XIX explica que los nativos "no supieron aceptar el progreso" y se creían que toda la tierra de ellos. Y sobre los británicos en la India, dice que los colonizadores dejaron grandes obras de ingeniería y trenes, algo que los antiguos señores feudales y déspotas nunca habrían hecho ya que se dedicaban a exprimir a la población.
Se echa de menos que hubiese analizado de dónde procedía la financiación del Imperio, las razones de las quiebras, los efectos del oro en la inflación y haber comprobado si realmente la ciencia hispana no estaba tan rezagada y estaba pisando los talones a las grandes potencias del siglo XVIII. En el caso de Turquía, se resolvió de un plumazo, también sin seguir la pista de sus flujos económicos, aunque sí los políticos.
Líneas generales del libro: La tesis central del libro es que una atmósfera que favorece el trabajo, el emprendimiento y el libre comercio es muy buena para hacer negocios (muy en la línea weberiana del protestantismo) mientras que las trabas burocráticas y la política despótica asfixian el crecimiento.
El autor también incide en la ventaja comparativa (el término ricardiano por el que Portugal se especializaba en producir vino de Oporto e Inglaterra en venderle manufacturas). De sus páginas se desprende que la ventaja comparativa ha sumido a muchos países, incluido Portugal, en la agricultura (porque eran más competitivos), lo que postró a dicho país en la pobreza, y los convirtió en clientes de los países industriales, más ricos. Sin embargo, al final del libro, el autor recuerda que naciones como Argelia apostaron por la industrialización pesada (en lo que no eran duchos) y olvidaron los beneficios de la ventaja comparativa, que los teóricos socialistas consideraban "burguesa".
El libro arranca con un estudio de las cuestiones geográficas y climáticas del mundo para averiguar si ello influye en la pobreza y la riqueza de los países. Concluye que sí es un factor determinante. Pone varios ejemplos: Europa tiene tierras fértiles en las que cultivar grandes cosechas y África, en la zona cálida y tropical, cuenta con muchos desiertos o zonas infestadas de mosquitos que impiden el desarrollo. América del Norte dispone de grandes llanuras en las que cultivar grandes extensiones de cereales a gran escala mientras que Sudamérica está jalonada de montañas, selvas o ríos impenetrables como el Amazonas, donde apenas se puede cultivar de forma extensiva.
Respecto a la cultura, el autor se basa en la obra del sociólogo Max Weber sobre la religión calvinista y la adición al trabajo de los países protestantes. Tras discutir varias ideas del libro, el autor, a lo largo de los capítulos, viene a concluir que la adición al trabajo está detrás de la creación de riqueza, casualmente más presente en los países calvinistas como Inglaterra y Holanda. Califica a los países católicos y a sus gobernantes de "perezosos" e "indolentes" mientras que Europa del Norte o incluso Japón son países cuyos ciudadanos viven para el trabajo y que ven justo ganar mucho dinero. Además, en estos países de moral trabajadora se permite que circulen ideas para mejorar la calidad de los productos e innovar, lo que supone un motor para el avance y el crecimiento económico. Hay cierto afán de innovación y obsesión por lo nuevo frente a lo antiguo.
Respecto a los países, el autor explica que China lideró el crecimiento económico hasta el siglo XII, cuando se quedó estancada. En aquel momento, incluso tenía altos hornos para fundir el acero que funcionaban con carbón. Eso en plena Edad Media. Además, China inventó la pólvora, la imprenta o la brújula pero no supo explotar todo el potencial: no hizo potentes cañones, ni difundió grandes libros que hiciesen circular el conocimiento, ni tampoco exploró los mares salvo una expedición en África que quedó en nada por el aislacionismo del país. A partir del siglo XV, empezó el atraso de China. Los europeos, siempre batallando y compitiendo entre sí, supieron darle uso a la pólvoca. Además, la imprenta difundió el conocimiento y la brújula les hizo dueños de los mares. A todo ello se sumaron dos inventos genuinamente europeos: el reloj y las gafas. Estos nuevos instrumentos exigían un alto grado de precisión y no todos los países lo podían conseguir. También mejoró la precisión de las armas de fuego, decisivo a la hora de combatir contra gigantes como la Rusia zarista, que carecía de armas de repetición en Crimea.
En cuanto al gran salto de la Edad Media, el autor dice que en Europa las ciudades competían entre sí y eran grandes lugares donde difundir ideas. Algunos países eliminaron los gremios de forma temprana, mientras que en otros países estas asociaciones de artesanos impedían que la gente tuviese estímulos para ganar más dinero. Dice que mientras China se convirtió en un Estado burocrático donde las ideas luminosas se apagaban tras la muerte del maestro y quedaban relegadas al olvido hasta que otra generación las recuperaba como tradición, en Europa una idea innovadora era inmediatamente mejoradas por otros y hacía un efecto se suma acumulativa de conocimientos. Así se pudo perfeccionar el armamento y hacerlo eficaz mientras que en China las armas de fuego eran bastante ineficaces y peligrosas para el propio usuario.
Después, estudia el imperio español en América. Compara el descubrimiento con un genocidio porque, ya fuese por la espada o las enfermedades, los codiciosos, ignorantes y degenerados conquistadores vaciaron el Caribe de indígenas indefensos. Sostiene que todas las naciones tienen cosas que esconder (pues Inglaterra también asesinó a indios) pero que los españoles fueron especialmente sádicos pues competían en idear horribles tormentos para los indígenas. Niega que la "leyenda negra" sea mentira. Como otros autores, concluye que España se quedó atrasada a partir del siglo XVII. En 1640, ya era una potencia derrotada por Europa del Norte, adelantada en la técnica y la ciencia. Lo mismo para Portugal. Atribuye la debacle a la Inquisición, que impidió a los científicos estar al día de las nuevas experiencias y aparatos técnicos. Si quería algún instrumento, debía comprarlo a los países ricos del Norte.
Sobre los portugueses dice que entraron en Asia gracias a los cañones de sus barcos. Tenían instrucciones de "separarse y hundir a cañonazos" a cualquiera que les molestase en el Índico. Tomaron bases en África, la India e Indonesia, pero fueron desalojados por los holandeses. En todo caso, los demás europeos procuraban no molestar a los lusos. El autor se pregunta cómo una nación tan pequeña dominó medio mundo. Lo mismo le preguntó un señor feudal japonés al timonel de un galeón español y este le contestó: "En cada país, los misioneros convierten al cristianismo a los sùbditos y luego estos les apoyan para dominar el país". Asustado el japonés, prohibió el cristianismo.
Sobre el imperio holandés, este fue el dueño de los mares durante un siglo y se afincó en Indonesia, donde se dedicó a cultivar especias. El autor dice que, con la Revolución Gloriosa de 1688, un Orange holandés llegó al trono y las inversiones de Inglaterra y Holanda se fusionaron y entrelazaron. El heredero de Holanda fue Inglaterra, que fue tomando posiciones en la India mediante intrigas palaciegas hasta que el subcontinente quedó bajo su control político y militar. El Reino Unido entendió que el negocio estaba en las plantaciones de algodón e instó a estos cultivos en las colonias americanas y en la India.
Sobre la industrialización, en el siglo XIX los países europeos iniciaron una carrera para no quedarse rezagados respecto a Inglaterra. Enviaban alumnos y espías, contrataban artesanos, poco a poco Francia, Alemania, Suiza, Holanda y Bélgica empezaron a destacar quedando el resto más rezagados. Finalmente, se sumó Japón, que a través de la revolución Meiji, se sumió en un frenesí industrializador y comercial de efectos textiles pero también en una espiral nacionalista. El autor alaba la laboriosidad de los japoneses. Cuenta la historia de una tejedora huérfana casada por conveniencia (porque el marido quería eludir la mili) que hilaba día y noche bajo las órdenes de su suegra. Su marido estuvo en Corea de aduanero durante 24 años y volvió con una concubina y maltrató a la esposa y la echó de su propia casa. La mujer, que había trabajado sin parar durante esos años para reformar la vivienda, se enfadó mucho y prendió fuego a la casa y pasó 10 años en prisión, donde contó su drama a otro preso. Al final, los tejidos japoneses inundaron el mercado. El autor dice que las colonias donde estuvieron los japoneses (Corea y Taiwan) destacan hoy por ser algunos de los países más prósperos del mundo.
Respecto a Latinoamérica, la independencia sumió en el caos a muchos países. Uno de los países que logró posicionarse internacionalmente en el siglo XIX fue Argentina, que avanzó hacia la Pampa pero las tierras subastadas era muy áridas y se concentraron en pocas manos. Tras sus triunfos como exportador de carne, perdió fuelle y entró en decadencia al no poder industrializarse. Muchos otros países fracasaron al intentar poner en marcha su industria, que no era competitiva. Aunque sus productos fuesen más baratos, su calidad era muy mala.
Otro imperio analizado es el ruso. Ya de por sí, iba con atraso a causa de los sectores agrícolas con siervos. En cuanto al turco, se convirtió en cliente de los europeos, a los que compraba armas pero fue incapaz de desarrollar una industria y se dedicó al saqueo de sus vecinos con gobernantes secuestrados por sus cortesanos. Por su parte, un albañés llegó en el siglo XIX a gobernar Egipto e intentó montar fábricas de telares con el hilo de algodón egipcio pero no supieron manejarlas bien y estos negocios quebraron. Nuevamente, se impuso la ventaja competitiva, donde Egipto solo valía para exportar materias primas dejando la industrialización para Europa.
Respecto al auge de Inglaterra y Holanda, el autor no para en elogios ante el éxito de estos países por liderar el comercio internacional en Asia y la Revolución Industrial. Sin embargo, lamenta que el Reino Unido, que lideró la Revolución Industrial se hubiese quedado estancado en la industria del carbón a finales del siglo XIX, lo que supuso un grave retraso respecto a otras economías como la de Estados Unidos, que tomó la delantera al apostar por la cadena industrial y la electrificación a gran escala (caso de Henry Ford y el automóvil). En el sector químico, fue Alemania la que adelantó a todos al inventar el laboratorio moderno, debido a la importancia que dio a la educación.
En el caso de Inglaterra, impuso un libre comercio mundial porque le interesaba mientras que otros países como Japón (que fue obligado a eliminar los aranceles a productos europeos) o Estados Unidos se protegieron mediante todo tipo de trabas para impedir el acceso de productos extranjeros a su mercado.
Posteriormente, analiza el colonialismo en el siglo XIX y la descolonización en el XXI. Sugiere que los europeos hicieron carreteras y que cuando dejaron las colonias, las fábricas y viales quedaron abandonadas. Asegura que los nuevos países independientes empezaron a bajar su PIB tras unos años de crecimiento y bonanza por una mala gestión de los gobernantes, que apostaron por una industria pesada según las recomendaciones socialistas, a la vez que la población se duplicaba y generaba emigración (como el caso de la Argelia francesa).
Finalmente, el autor aborda cómo Estados Unidos, tras la Segunda Guerra Mundial se hizo con el comercio mundial pero se durmió en la "autocomplacencia" y la "autocondescedencia" y acabó superado por la industria de Japón, que impuso un trabajo en equipo, la colaboración de sus empleados para buscar la perfección y el modelo de "just-in-time" (el Toyotismo), inspirado en los supermercados americanos.
El libro termina en 1998. En general, la conclusión del autor es que aquellas economías liberalizadas y donde hay flujo de conocimientos y saberes, así como moral de trabajar duro, son las que alcanzan mayor riqueza mientras otras que son proteccionistas o ponen trabas a la libre circulación de ideas acaban arruinadas o atrasadas.
El autor también incide en la ventaja comparativa (el término ricardiano por el que Portugal se especializaba en producir vino de Oporto e Inglaterra en venderle manufacturas). De sus páginas se desprende que la ventaja comparativa ha sumido a muchos países, incluido Portugal, en la agricultura (porque eran más competitivos), lo que postró a dicho país en la pobreza, y los convirtió en clientes de los países industriales, más ricos. Sin embargo, al final del libro, el autor recuerda que naciones como Argelia apostaron por la industrialización pesada (en lo que no eran duchos) y olvidaron los beneficios de la ventaja comparativa, que los teóricos socialistas consideraban "burguesa".
El libro arranca con un estudio de las cuestiones geográficas y climáticas del mundo para averiguar si ello influye en la pobreza y la riqueza de los países. Concluye que sí es un factor determinante. Pone varios ejemplos: Europa tiene tierras fértiles en las que cultivar grandes cosechas y África, en la zona cálida y tropical, cuenta con muchos desiertos o zonas infestadas de mosquitos que impiden el desarrollo. América del Norte dispone de grandes llanuras en las que cultivar grandes extensiones de cereales a gran escala mientras que Sudamérica está jalonada de montañas, selvas o ríos impenetrables como el Amazonas, donde apenas se puede cultivar de forma extensiva.
Respecto a la cultura, el autor se basa en la obra del sociólogo Max Weber sobre la religión calvinista y la adición al trabajo de los países protestantes. Tras discutir varias ideas del libro, el autor, a lo largo de los capítulos, viene a concluir que la adición al trabajo está detrás de la creación de riqueza, casualmente más presente en los países calvinistas como Inglaterra y Holanda. Califica a los países católicos y a sus gobernantes de "perezosos" e "indolentes" mientras que Europa del Norte o incluso Japón son países cuyos ciudadanos viven para el trabajo y que ven justo ganar mucho dinero. Además, en estos países de moral trabajadora se permite que circulen ideas para mejorar la calidad de los productos e innovar, lo que supone un motor para el avance y el crecimiento económico. Hay cierto afán de innovación y obsesión por lo nuevo frente a lo antiguo.
Respecto a los países, el autor explica que China lideró el crecimiento económico hasta el siglo XII, cuando se quedó estancada. En aquel momento, incluso tenía altos hornos para fundir el acero que funcionaban con carbón. Eso en plena Edad Media. Además, China inventó la pólvora, la imprenta o la brújula pero no supo explotar todo el potencial: no hizo potentes cañones, ni difundió grandes libros que hiciesen circular el conocimiento, ni tampoco exploró los mares salvo una expedición en África que quedó en nada por el aislacionismo del país. A partir del siglo XV, empezó el atraso de China. Los europeos, siempre batallando y compitiendo entre sí, supieron darle uso a la pólvoca. Además, la imprenta difundió el conocimiento y la brújula les hizo dueños de los mares. A todo ello se sumaron dos inventos genuinamente europeos: el reloj y las gafas. Estos nuevos instrumentos exigían un alto grado de precisión y no todos los países lo podían conseguir. También mejoró la precisión de las armas de fuego, decisivo a la hora de combatir contra gigantes como la Rusia zarista, que carecía de armas de repetición en Crimea.
En cuanto al gran salto de la Edad Media, el autor dice que en Europa las ciudades competían entre sí y eran grandes lugares donde difundir ideas. Algunos países eliminaron los gremios de forma temprana, mientras que en otros países estas asociaciones de artesanos impedían que la gente tuviese estímulos para ganar más dinero. Dice que mientras China se convirtió en un Estado burocrático donde las ideas luminosas se apagaban tras la muerte del maestro y quedaban relegadas al olvido hasta que otra generación las recuperaba como tradición, en Europa una idea innovadora era inmediatamente mejoradas por otros y hacía un efecto se suma acumulativa de conocimientos. Así se pudo perfeccionar el armamento y hacerlo eficaz mientras que en China las armas de fuego eran bastante ineficaces y peligrosas para el propio usuario.
Después, estudia el imperio español en América. Compara el descubrimiento con un genocidio porque, ya fuese por la espada o las enfermedades, los codiciosos, ignorantes y degenerados conquistadores vaciaron el Caribe de indígenas indefensos. Sostiene que todas las naciones tienen cosas que esconder (pues Inglaterra también asesinó a indios) pero que los españoles fueron especialmente sádicos pues competían en idear horribles tormentos para los indígenas. Niega que la "leyenda negra" sea mentira. Como otros autores, concluye que España se quedó atrasada a partir del siglo XVII. En 1640, ya era una potencia derrotada por Europa del Norte, adelantada en la técnica y la ciencia. Lo mismo para Portugal. Atribuye la debacle a la Inquisición, que impidió a los científicos estar al día de las nuevas experiencias y aparatos técnicos. Si quería algún instrumento, debía comprarlo a los países ricos del Norte.
Sobre los portugueses dice que entraron en Asia gracias a los cañones de sus barcos. Tenían instrucciones de "separarse y hundir a cañonazos" a cualquiera que les molestase en el Índico. Tomaron bases en África, la India e Indonesia, pero fueron desalojados por los holandeses. En todo caso, los demás europeos procuraban no molestar a los lusos. El autor se pregunta cómo una nación tan pequeña dominó medio mundo. Lo mismo le preguntó un señor feudal japonés al timonel de un galeón español y este le contestó: "En cada país, los misioneros convierten al cristianismo a los sùbditos y luego estos les apoyan para dominar el país". Asustado el japonés, prohibió el cristianismo.
Sobre el imperio holandés, este fue el dueño de los mares durante un siglo y se afincó en Indonesia, donde se dedicó a cultivar especias. El autor dice que, con la Revolución Gloriosa de 1688, un Orange holandés llegó al trono y las inversiones de Inglaterra y Holanda se fusionaron y entrelazaron. El heredero de Holanda fue Inglaterra, que fue tomando posiciones en la India mediante intrigas palaciegas hasta que el subcontinente quedó bajo su control político y militar. El Reino Unido entendió que el negocio estaba en las plantaciones de algodón e instó a estos cultivos en las colonias americanas y en la India.
Sobre la industrialización, en el siglo XIX los países europeos iniciaron una carrera para no quedarse rezagados respecto a Inglaterra. Enviaban alumnos y espías, contrataban artesanos, poco a poco Francia, Alemania, Suiza, Holanda y Bélgica empezaron a destacar quedando el resto más rezagados. Finalmente, se sumó Japón, que a través de la revolución Meiji, se sumió en un frenesí industrializador y comercial de efectos textiles pero también en una espiral nacionalista. El autor alaba la laboriosidad de los japoneses. Cuenta la historia de una tejedora huérfana casada por conveniencia (porque el marido quería eludir la mili) que hilaba día y noche bajo las órdenes de su suegra. Su marido estuvo en Corea de aduanero durante 24 años y volvió con una concubina y maltrató a la esposa y la echó de su propia casa. La mujer, que había trabajado sin parar durante esos años para reformar la vivienda, se enfadó mucho y prendió fuego a la casa y pasó 10 años en prisión, donde contó su drama a otro preso. Al final, los tejidos japoneses inundaron el mercado. El autor dice que las colonias donde estuvieron los japoneses (Corea y Taiwan) destacan hoy por ser algunos de los países más prósperos del mundo.
Respecto a Latinoamérica, la independencia sumió en el caos a muchos países. Uno de los países que logró posicionarse internacionalmente en el siglo XIX fue Argentina, que avanzó hacia la Pampa pero las tierras subastadas era muy áridas y se concentraron en pocas manos. Tras sus triunfos como exportador de carne, perdió fuelle y entró en decadencia al no poder industrializarse. Muchos otros países fracasaron al intentar poner en marcha su industria, que no era competitiva. Aunque sus productos fuesen más baratos, su calidad era muy mala.
Otro imperio analizado es el ruso. Ya de por sí, iba con atraso a causa de los sectores agrícolas con siervos. En cuanto al turco, se convirtió en cliente de los europeos, a los que compraba armas pero fue incapaz de desarrollar una industria y se dedicó al saqueo de sus vecinos con gobernantes secuestrados por sus cortesanos. Por su parte, un albañés llegó en el siglo XIX a gobernar Egipto e intentó montar fábricas de telares con el hilo de algodón egipcio pero no supieron manejarlas bien y estos negocios quebraron. Nuevamente, se impuso la ventaja competitiva, donde Egipto solo valía para exportar materias primas dejando la industrialización para Europa.
Respecto al auge de Inglaterra y Holanda, el autor no para en elogios ante el éxito de estos países por liderar el comercio internacional en Asia y la Revolución Industrial. Sin embargo, lamenta que el Reino Unido, que lideró la Revolución Industrial se hubiese quedado estancado en la industria del carbón a finales del siglo XIX, lo que supuso un grave retraso respecto a otras economías como la de Estados Unidos, que tomó la delantera al apostar por la cadena industrial y la electrificación a gran escala (caso de Henry Ford y el automóvil). En el sector químico, fue Alemania la que adelantó a todos al inventar el laboratorio moderno, debido a la importancia que dio a la educación.
En el caso de Inglaterra, impuso un libre comercio mundial porque le interesaba mientras que otros países como Japón (que fue obligado a eliminar los aranceles a productos europeos) o Estados Unidos se protegieron mediante todo tipo de trabas para impedir el acceso de productos extranjeros a su mercado.
Posteriormente, analiza el colonialismo en el siglo XIX y la descolonización en el XXI. Sugiere que los europeos hicieron carreteras y que cuando dejaron las colonias, las fábricas y viales quedaron abandonadas. Asegura que los nuevos países independientes empezaron a bajar su PIB tras unos años de crecimiento y bonanza por una mala gestión de los gobernantes, que apostaron por una industria pesada según las recomendaciones socialistas, a la vez que la población se duplicaba y generaba emigración (como el caso de la Argelia francesa).
Finalmente, el autor aborda cómo Estados Unidos, tras la Segunda Guerra Mundial se hizo con el comercio mundial pero se durmió en la "autocomplacencia" y la "autocondescedencia" y acabó superado por la industria de Japón, que impuso un trabajo en equipo, la colaboración de sus empleados para buscar la perfección y el modelo de "just-in-time" (el Toyotismo), inspirado en los supermercados americanos.
El libro termina en 1998. En general, la conclusión del autor es que aquellas economías liberalizadas y donde hay flujo de conocimientos y saberes, así como moral de trabajar duro, son las que alcanzan mayor riqueza mientras otras que son proteccionistas o ponen trabas a la libre circulación de ideas acaban arruinadas o atrasadas.
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CRÍTICAS DE OTROS AUTORES AL LIBRO DE LANDES
Críticas a David S. Landes y "La riqueza y la pobreza de las naciones" en el libro "Una herencia incómoda", de Nicholas Wade (2015)
El autor Nicholas Wade, en "Una herencia incómoda" critica a David S. Landes y su "La riqueza y la pobreza de las naciones". Señala que el historiador examina todos los factores posibles para explicar el auge de Occidente y el estancamiento de China, y llega a la conclusión de que, en esencia, la respuesta reside en la naturaleza de la gente. Landes atribuye el factor decisivo a la cultura, pero describe la cultura de tal manera que implícitamente se refiere a la raza. "Si hemos aprendido algo de la historia del desarrollo económico, es que la cultura supone toda la diferencia", escribe Landes. "Lo demuestra la empresa de las minorías expatriadas: los chinos en Asia Oriental y Sudoriental, los indios en África Oriental, los judíos y calvinistas en gran parte de Europa, y así sucesivamente. Pero la cultura, en el sentido de los valores internos y las actitudes que guían a una población, atemoriza a los estudiosos. Tiene un olor sulfúrico de raza y herencia, un aire de inmutabilidad", añade Landes. Y Wade le replica que Landes sugiere que la cultura de cada raza ha supuesto la diferencia en el desarrollo económico. El autor Wade concluye que las intensas presiones para la supervivencia ha obligado a europeos y chinos a adaptarse y añade que las instituciones que caracterizan a una sociedad son una mezcla de comportamientos determinados culturalmente e influidos genéticamente. Señala que el cambio cultural es muy rápido, como se demostró con Alemania y Japón, sociedades altamente militarizadas que, tras una brutal guerra, se convirtieron en países pacíficos, un cambio cultural demasiado rápido para ser genético. Landes cree que, además de la cultura, hay un componente genético que influye en el éxito, por ejemplo, de los chinos. Sospecha que el auge de China y el de Occidente son acontecimientos no solo de la historia sino también de la evolución humana.
CRÍTICAS DE OTROS AUTORES AL LIBRO DE LANDES
Críticas a David S. Landes y "La riqueza y la pobreza de las naciones" en el libro "Una herencia incómoda", de Nicholas Wade (2015)
El autor Nicholas Wade, en "Una herencia incómoda" critica a David S. Landes y su "La riqueza y la pobreza de las naciones". Señala que el historiador examina todos los factores posibles para explicar el auge de Occidente y el estancamiento de China, y llega a la conclusión de que, en esencia, la respuesta reside en la naturaleza de la gente. Landes atribuye el factor decisivo a la cultura, pero describe la cultura de tal manera que implícitamente se refiere a la raza. "Si hemos aprendido algo de la historia del desarrollo económico, es que la cultura supone toda la diferencia", escribe Landes. "Lo demuestra la empresa de las minorías expatriadas: los chinos en Asia Oriental y Sudoriental, los indios en África Oriental, los judíos y calvinistas en gran parte de Europa, y así sucesivamente. Pero la cultura, en el sentido de los valores internos y las actitudes que guían a una población, atemoriza a los estudiosos. Tiene un olor sulfúrico de raza y herencia, un aire de inmutabilidad", añade Landes. Y Wade le replica que Landes sugiere que la cultura de cada raza ha supuesto la diferencia en el desarrollo económico. El autor Wade concluye que las intensas presiones para la supervivencia ha obligado a europeos y chinos a adaptarse y añade que las instituciones que caracterizan a una sociedad son una mezcla de comportamientos determinados culturalmente e influidos genéticamente. Señala que el cambio cultural es muy rápido, como se demostró con Alemania y Japón, sociedades altamente militarizadas que, tras una brutal guerra, se convirtieron en países pacíficos, un cambio cultural demasiado rápido para ser genético. Landes cree que, además de la cultura, hay un componente genético que influye en el éxito, por ejemplo, de los chinos. Sospecha que el auge de China y el de Occidente son acontecimientos no solo de la historia sino también de la evolución humana.